Hoy presentamos: Universitarios en crisis, Cómo fingir que tienes tu vida resuelta cuando ni sabes qué almorzar.
Manual de Supervivencia Universitaria para los que Maman del Sistema
Te estarás preguntando por qué vamos a tocar este tema. Y la respuesta es simple: porque, al igual que el 90% de los que leen esta bazofia, yo también soy un universitario con un historial de “Sí, salgamos, la plata sobra hoy” (mientras mi cuenta bancaria parece un desierto post-apocalíptico y solo tengo dos soles para regresar desde la otra punta del inframundo). Así que, con la dignidad ya pisoteada, abordemos este tema lleno de pobreza. Y como aquí la xenofobia es más recurrente que los discursos de motivación barata en TikTok, llamaremos a esta joya “Manual de Supervivencia Universitaria de los Venekos”… digo, de los pobres en condiciones infrahumanas.
Hablando de inhumanidad, en estos días de inactividad (porque el desempleo me ha abrazado como una madre ausente), el algoritmo de la increíble app del racismo me ha recomendado una cantidad enfermiza de Reels. Reels más oscuros que tu cara cuando se te escapa un “pe” en una conversación con la alta sociedad. Y claro, estos mini fragmentos de degeneración mental no hablaban de otra cosa más que de deportaciones masivas, holocaustos reinventados y nuevos métodos de esclavitud para aquellos cuya única preocupación en la vida es cuántas arepas caben en su mochila.
Pero volvamos a lo que realmente importa: ¿por qué carajos el universitario promedio tiene que sufrir más que testigo de Jehová en cumpleaños? No es solo que el dinero no alcance ni para un menú cancerígeno con bacterias mutantes en la cafetería, o ese almuerzo sospechoso que vende la doña en la puerta de la universidad. No, no, esto va más allá. Esto es una cuestión de SUPERVIVENCIA. Explícame cómo quieres que soborne a mis docentes si ando más seco que abuela sin lagrimales. Porque esos tiernos ancianos no hacen otra cosa que bajar notas, dejar tareas sin sentido y jurar que nos ayudan en el camino profesional, cuando en realidad lo único que hacen es generarnos un odio feroz por la carrera que claramente no elegimos por pasión, sino por presión social y miedo a terminar vendiendo ceviche en una esquina.
Como si el caos financiero no fuera suficiente, ahora súmale que tengo novia. Y eso, señores, significa gastos. (Chiqui, si lees esto, no me arrepiento de la funa, pero que sepas que adoro gastar en ti). Pero miren qué ironía: el mismísimo fundador de TheOffTopicHub le tiene miedo a su mujer, y luego vienes tú creyendo que puedes ganar un argumento contra la tuya. No, caballero, baja esa cabeza y acepta tu destino, porque esas criaturitas tiernas tienen más poder y habla en hebreo que el demonio que me ayudaba a hacer sentadillas en la HACK (y si no entendiste la referencia, es porque ya olvidaste nuestro primer post, no te culpo, yo también tengo mierda en el cerebro).
En conclusión: la vida del universitario promedio es un campo de guerra donde el enemigo es el dinero que nunca llega. ¿Y qué solución nos queda? “Busca trabajo”, dirás, con la misma inocencia con la que creías en Santa Claus. Pero mírame bien: ¿me ves funando Yolaivers y crees que voy a caer en un empleo donde me exploten más que bomba islámica en territorio americano? No, señor. La dignidad es lo último que me queda (bueno, eso y la calvicie por estrés). Así que no, los dignos no trabajamos por un sueldo mínimo, pero tampoco tenemos la capacidad para conseguir algo mejor. Resultado: sobrevivimos a punta de súplicas, esperando que nuestros padres nos depositen una miseria mensual. Aunque claro, en tu caso, eso de rogarle a tus padres es complicado, porque evidentemente no están presentes, si no, no estarías leyendo semejantes estupideces semanalmente.
Con todo esto dicho, es momento de iniciar con el pie derecho este manual, o el brazo derecho en caso de que seas admirador del loquito que gritaba cosas en alemán y creaba jabones marca Ana Frank. Acompañame a analizar las cinco reglas de supervivencia para nosotros los hijos de perra que estudiamos creyendo que nos será útil de algo
1. El hambre es psicológica, la bancarrota es real
Dicen que el hambre es una necesidad biológica, que el cuerpo necesita nutrientes para funcionar, que la pirámide alimenticia es sagrada. Pero dime tú, ¿qué sabe de nutrición un universitario con la billetera más vacía que el grupo de WhatsApp de su promoción después de la primera semana de clases? Aquí no comemos porque queremos, comemos cuando el destino, la misericordia ajena o la señora del quiosco deciden que es nuestro día de suerte.
La primera lección de supervivencia universitaria es entender que el desayuno es un concepto inventado por la élite para separarnos aún más. Si desayunas, es porque todavía no has sufrido lo suficiente. El verdadero estudiante aprende a engañar al cuerpo con un café recalentado y la ilusión de que “más tarde” podrá comprarse un pan con huevo en la cafetería. Spoiler alert: no lo hará. Porque ese sol y cincuenta que tenía guardado ya fue invertido en un pasaje de ida sin garantía de retorno.
El almuerzo es otra historia. Aquí se definen los verdaderos campeones. Los débiles caen en la trampa de los restaurantes universitarios, donde los menús vienen con una porción extra de diarrea garantizada. Los veteranos, en cambio, desarrollan tácticas de caza dignas de un depredador en la sabana africana. Ese amigo que siempre lleva fiambre de su casa es tu presa, y tu estrategia es elogiar a su mamá hasta que la culpa lo haga compartirte un pedazo de su milanesa. Si no tienes amigos con fiambrera, lo siento, pero naciste para morir de hambre.
Y ahora hablemos de la cena. La cena es un mito, un lujo que solo los dioses y los estudiantes con padres funcionales pueden permitirse. ¿Tú? Tú estás a un vaso de agua y un rezó a San Cup Noodles de quedarte dormido con el estómago retorciéndose en un ritmo más irregular que tu vida amorosa. Pero no te preocupes, el hambre solo es fuerte las primeras semanas; después, tu cuerpo se acostumbra y empieza a devorarse a sí mismo, como un sistema de autolimpieza natural.
Por eso, la clave de la supervivencia no es comer cuando tienes hambre, sino convencerte de que el hambre es un invento de la burguesía para hacerte gastar dinero que no tienes. Quejarse de que no hay comida en la nevera es un privilegio. Tener nevera ya es un privilegio. La verdadera pobreza universitaria es abrir la despensa y ver que el único habitante es un sobre de ketchup de dudosa procedencia. Y sí, te lo vas a comer. No porque quieras, sino porque la evolución te ha obligado a adaptarte.
Así que recuerda: el hambre es psicológica, pero la bancarrota es real. No caigas en la trampa del sistema que te dice que debes comer tres veces al día. El universitario de verdad solo necesita aire, cafeína, y la esperanza de que en algún momento de la semana alguien lo invite a comer.
2. La amistad no se mide en cariño, sino en favores y acceso a fotocopias
La gente normal cree que la amistad se basa en valores como la confianza, el respeto y el apoyo mutuo. Pero eso es porque nunca han tenido que imprimir 80 hojas de apuntes con un saldo en la tarjeta de impresión que parece el PIB de Haití. En la universidad, la amistad no se mide en “quién te escucha cuando tienes problemas”, sino en quién tiene acceso a la impresora del centro de cómputo sin que le cobren, quién tiene los contactos para conseguir los exámenes filtrados y quién está dispuesto a dejarte copiar en un parcial sin importar si lo atrapan y lo linchan públicamente.
Las conexiones valen más que el oro en este ecosistema de supervivencia. Es por eso que el verdadero estudiante no socializa por afinidad, sino por conveniencia. Necesitas rodearte de personas estratégicas: el nerd con apuntes perfectos, tu proveedor de material de estudio; el niño rico con auto, tu Uber gratuito en noches de borrachera; y el que tiene más de cinco hermanos, porque su mamá cocina para un batallón, y si juegas bien tus cartas, tú serás el sexto hijo no reconocido en esa casa.
Pero cuidado, porque así como tú andas en búsqueda de benefactores, otros carroñeros te ven a ti como su próxima presa. El arte de la amistad universitaria es encontrar un balance entre explotar y no ser explotado. Deja que se te acerquen, pero nunca muestres tus verdaderas cartas. ¿Tienes apuntes completos? Diles que solo tienes resúmenes. ¿Tienes dinero? Actúa como si fueras venezolano. ¿Tienes información valiosa sobre el examen? Véndela al mejor postor. Aquí no hay ética, aquí no hay principios, aquí solo hay una lucha a muerte entre parásitos tratando de ver quién le chupa más recursos al otro antes de que termine el semestre.
La xenofobia también juega un rol fundamental en la selección de amigos. No por racismo, sino porque en la universidad hay que ser estratégicos. Si tienes un amigo venezolano, sabes que la posibilidad de que desaparezca en cualquier momento es alta. No porque sea mal tipo, sino porque los trámites migratorios son más impredecibles que la menstruación de una secundaria. Un día está a tu lado en clases, y al otro, te enteras por un grupo de WhatsApp que lo deportaron en pleno almuerzo. Lo que significa que acabas de perder un potencial benefactor de información y fotocopias. Grave error.
Así que olvídate de las conexiones emocionales. Si quieres sobrevivir en la universidad, cada amistad debe tener un propósito, cada relación debe generar beneficios, y cada persona en tu círculo debe aportar algo tangible a tu miseria. Si alguien en tu grupo de amigos no te ha pasado resúmenes, no te ha prestado plata o no te ha dado comida al menos una vez, felicidades, eres tú el que está siendo explotado.
3. El arte de sobrevivir sin pagar pasaje
Si todavía pagas pasaje como un ciudadano ejemplar, no eres un estudiante, eres un filántropo. Un mecenas del transporte público. Un caritativo donador que mantiene a los chóferes con su vida de lujos y evasión de impuestos. La verdadera esencia universitaria no está en aprender, sino en perfeccionar el noble arte de moverte de un lado a otro sin pagar un centavo, como un migrante cruzando la frontera con más fe que documentos.
Las técnicas son variadas y cada una requiere su propio nivel de habilidad. La más básica, la madre de todas, es la del “tío, me cobra medio”. Aquí tu actuación debe ser digna de un Oscar. Miras al chófer con los ojos de un niño huérfano en película de Navidad, hablas con voz de víctima de guerra y rezas porque no te pida un carnet. Si eres mujer, tienes un 70% de éxito. Si eres hombre, más te vale tener cara de menor de edad o el viejo te va a mirar con más odio que migraciones a un veneco con pasaporte falso.
Pero el verdadero profesional no pide medio pasaje, el verdadero profesional ni siquiera paga. Aquí entra en juego la técnica avanzada: la infiltración. Te subes en la parte trasera del bus, caminas con confianza, finges que ya pagaste, te mezclas entre la multitud y si el cobrador te pregunta, le dices con cara de indignado que ya le diste el billete. Si insiste, pones cara de pobre ofendido, como si estuvieras a punto de demandarlo por discriminación. El cobrador, que ha visto más mentiras que político en campaña, dudará, pero en su interior sabe que no vale la pena pelear por un pasaje.
Si estás en un transporte sin cobrador, el cielo es el límite. Sube con los audífonos puestos, no hagas contacto visual, y si alguien te habla, finge que eres extranjero. Si el chófer empieza a gritar exigiendo pagos, abre Google Translate y actúa confundido. En la confusión, habrás llegado a tu destino sin gastar un centavo. Si te descubren, corre. No hay dignidad en la pobreza, solo instinto de supervivencia.
Claro, hay quienes optan por una ruta aún más extrema: el aventón. Aquí hay dos opciones. O tienes un amigo con auto, en cuyo caso eres un parásito que vive en el asiento del copiloto y paga su estadía con compañía y chistes malos, o te paras en la calle con cara de tragedia y esperas a que algún alma caritativa te recoja. Pero esto es un arma de doble filo, porque nunca sabes si terminarás en tu casa o en un cuarto oscuro con música de fondo y un venezolano preguntándote si tienes papeles.
Así que recuerda, el transporte no es un derecho, es una batalla. Cada sol que no pagas es una victoria sobre el sistema. Cada viaje gratis es un recordatorio de que la astucia vale más que el dinero. Y si alguna vez te atrapan y te obligan a pagar, no lo veas como una derrota. Lo ve como una inversión en conocimiento, porque ahora sabes que debes ser más rápido la próxima vez.
4. Plagio, la noble tradición universitaria que mueve el mundo
La gente con títulos universitarios te dirá que la educación es el pilar de la sociedad, que el conocimiento es el arma más poderosa, que los trabajos deben ser fruto de nuestro esfuerzo y dedicación. Eso te lo dicen con su diploma en la mano, el mismo que consiguieron fusilando trabajos con más descaro que un veneco mintiendo en migraciones.
Aquí te voy a contar la verdad, porque alguien tiene que hacerlo. La universidad no es un lugar de aprendizaje, es un campo de batalla donde el objetivo es salir vivo sin que te descubran robando ideas ajenas. No hay ética en la pobreza, y mucho menos en un sistema educativo que te pide 10 ensayos, 5 exposiciones y una tesis en menos de dos semanas mientras comes arroz con huevo y te preguntas si tendrás suficiente saldo para volver a casa.
Lo primero que debes entender es que el plagio no es un crimen, es un arte. Si copias y te atrapan, eres un idiota. Si copias y pasas desapercibido, eres un maestro. Aquí no estamos para reinventar la rueda, estamos para buscar en Google hasta encontrar un PDF ruso de 2004 que diga lo que necesitamos, cambiarle tres palabras y hacerlo pasar como propio.
Las técnicas varían según el nivel de desesperación. Está el clásico copiar y pegar con sinónimos, la opción de los mediocres que creen que cambiar “importante” por “trascendental” hará que Turnitin no se dé cuenta de que su ensayo lo escribió un hindú en 2011. Luego tenemos la estrategia del ensayo Frankenstein, donde tomas pedazos de varios artículos y los unes con la misma lógica que un narco armando una pista de aterrizaje en la selva. Pero si realmente quieres jugar en las grandes ligas, necesitas un esclavo académico. Y sí, siempre hay alguien tan nerd, tan infeliz o tan desesperado por dinero que está dispuesto a hacer trabajos ajenos a cambio de un pago simbólico o una falsa promesa de amistad.
Porque aquí nadie es tu amigo de verdad. Nadie. Si crees que esa persona que te ayudó en el parcial lo hizo por bondad, es momento de que despiertes. O lo hiciste llorar con una historia trágica, o te ve como un futuro inversionista que en algún momento tendrá que devolver el favor. Todo en la universidad es transacción, y si no estás sacándole provecho a alguien, entonces el aprovechado eres tú.
Pero no te confíes. Siempre hay un profesor con demasiado tiempo libre que se pone a revisar con más precisión que policía fronterizo viendo pasaportes con Photoshop. Para esos casos, necesitas tener un plan B. Si te descubren, llora. No importa si eres hombre, mujer o una abominación andante, llora como si te estuvieran deportando en vivo. Inventa una historia trágica, di que estás pasando por problemas emocionales, que trabajas 16 horas diarias y que esa tarea la hiciste con los últimos cinco gramos de energía que te quedaban antes de entrar en coma. Si te sale bien, no solo te dejarán rehacer el trabajo, sino que te convertirás en la víctima de la clase, y eso te abrirá la puerta a más favores.
La universidad no premia la inteligencia, premia la estrategia. No sobrevive el que sabe más, sino el que mejor sabe robar sin ser descubierto. Y si crees que esto es una exageración, pregúntale a tu profesor si su tesis es 100 por ciento original. Spoiler: no lo es.
5. Exposiciones: el arte de decir estupideces con confianza
Si alguna vez creíste que las exposiciones en la universidad eran sobre transmitir conocimiento, permíteme reírme en tu cara. Las exposiciones no son sobre saber, son sobre sonar como si supieras. Son una competencia de teatro donde el que mejor actúe se lleva la nota, y el que dude aunque sea un segundo, queda más humillado que venezolano preguntando si aceptan dólares en la combi.
El truco aquí no es estudiar, porque estudiar es para ingenuos con tiempo libre y expectativas en la vida. El truco es llenar tu presentación de palabras rimbombantes que no significan nada, pero que suenan académicas. Si te preguntan algo que no sabes, no titubees, suelta cualquier cosa con seguridad. La clave es que hables tanto que el profesor se canse de escucharte antes de darse cuenta de que no dijiste nada. Si el viejo insiste, finge indignación. Mira al público como si estuvieras rodeado de idiotas que no entienden tu nivel de genio y di algo como “es un tema complejo que requiere un análisis más profundo”. No saben de qué hablas, pero sonará lo suficientemente inteligente como para que nadie se atreva a cuestionarte.
El siguiente nivel es la técnica del PowerPoint ladrón. Tu presentación debe estar llena de textos robados directamente de Wikipedia, pero con el formato cambiado para que parezca propio. Aquí hay reglas: no uses Arial ni Times New Roman, usa una fuente que parezca sofisticada, como Calibri o Cambria, para darle ese toque de seriedad. Y jamás, jamás uses texto blanco sobre fondo claro, porque eso es básicamente pedirle al profesor que se ponga los lentes y descubra que tu diapositiva es un collage de Wikipedia con Copy-Paste.
Ahora, si realmente quieres brillar, necesitas dominar el arte de decir frases complejas que no tienen sentido pero que impresionan a la audiencia. “La interacción de los factores socioculturales en la praxis cotidiana define la dialéctica del conocimiento aplicado”. ¿Qué significa eso? No importa. ¿Tiene sentido? No. ¿Suena académico? Absolutamente. Es un truco barato, pero vivimos en un mundo donde la gente cree en la homeopatía y en que los Bitcoin te harán millonario, así que claramente el intelecto colectivo no es tan alto.
Pero claro, en cada exposición hay una amenaza mayor que el profesor: el típico compañero que quiere lucirse. Siempre hay un infeliz que se toma la universidad en serio, que sí estudió y que viene a hacer preguntas con el único objetivo de humillarte. Para estos casos, la estrategia es sencilla: invéntate datos. Si el idiota te pregunta algo complicado, responde con un “según estudios recientes” y suelta cualquier número. Nadie va a verificarlo en ese momento. Si el tipo insiste, atácale su ego. “Es curioso que preguntes eso, porque justo un paper de Harvard en 2021 lo analizó en profundidad y llegó a una conclusión inesperada”. Ahí lo mataste. No importa si el paper no existe, lo que importa es que lo dijiste con tanta seguridad que ahora él teme quedar como el ignorante que no leyó un estudio que nunca fue publicado.
En conclusión, las exposiciones no son sobre conocimiento, son sobre manipulación psicológica. Si crees que exagero, piensa en cuántos políticos llegaron al poder sin tener idea de nada. Si ellos pueden, tú también.
Bueno, con las cinco reglas de oro explicadas y bien metidas en tu cabeza (Exacto, están tan metidas dentro de ti, así como el chico del que tu novia te dijo que no te preocupes). Creo que va siendo hora de que tú y yo tengamos una pequeña charla unilateral donde pueda brindarte las conclusiones finales de este increíble manual.
Si llegaste hasta este punto, felicidades. Eso significa que todavía no vendiste tu celular para pagar el menú de la semana, aunque viendo tu estado financiero, estoy seguro de que es cuestión de tiempo. Porque sí, hermano, no importa cuántas estrategias te dé, el hecho sigue siendo el mismo: estás más arruinado que un NFT en 2024. Y lo peor es que no hay salida, porque la universidad no solo te quita la dignidad, también te quita todo el efectivo que podrías haber usado en cosas importantes, como comida o, no sé, pagarle a un psicólogo para que te ayude a lidiar con la depresión de ser un muerto de hambre académico.
¿Pensaste que entrar a la universidad era el primer paso hacia una vida mejor? Claro, y yo soy el heredero de un multimillonario que abandonó su fortuna para dedicarse a escribir manuales de supervivencia para indigentes con matrícula universitaria. La única diferencia entre tú y un vagabundo promedio es que él, al menos, no tiene que pretender que está construyendo un futuro mientras se alimenta con una galleta Club Social y agua del baño. La universidad no es una oportunidad, es un reality show de resistencia extrema donde el premio mayor es un cartón con tu nombre y una deuda que te perseguirá hasta la tumba.
Pero no te preocupes, después de aplicar todas estas reglas, tal vez logres terminar tu carrera sin desmayarte por desnutrición en plena clase. Tal vez incluso te gradúes con honores, y eso significará que ahora eres oficialmente un profesional… sin empleo. Porque aquí viene la mejor parte: sobreviviste a cuatro, cinco o hasta diez años de tortura académica, solo para descubrir que el mercado laboral te odia más que los asiáticos odian a los latinos en sus supermercados.
En fin, espero que este manual te haya servido de algo. No para salir de la pobreza, porque para eso necesitarías un milagro, pero al menos para aprender a sacarle el máximo provecho a tu miseria. No olvides compartir esta valiosa información con otros muertos de hambre como tú, porque si algo hemos aprendido en este proceso es que la única forma de sobrevivir en este mundo es aplicando la misma filosofía que tu ex con su nuevo novio: aprovecharse de alguien más hasta que ya no quede nada que robar.
Condiciones, política y reglas de “no puedes demandarme si aplicas este manual”
Antes de que algún iluso quiera tomar acciones legales contra este humilde intento de servicio público, vamos a dejar las cosas claras: si decides aplicar este manual en tu vida diaria y terminas más arruinado que antes, más hambriento que vegano en un asado, o más cancelado que comediante en Twitter, eso ya no es mi problema. Aquí nadie te obligó a nada, solo te dimos consejos que, con suerte, evitarán que termines vendiendo tu riñón en un mercado negro administrado por médicos rusos con antecedentes penales.
1. No nos hacemos responsables si te botan de la universidad.
Si aplicas estas reglas y un profesor te pilla robando internet del vecino, presentando exposiciones con pura palabrería académica vacía o sobornándolo con 20 céntimos y una mirada de desesperación, no es culpa nuestra. La educación superior ya es un chiste de por sí, solo estamos ayudándote a jugar con las mismas cartas marcadas con las que ellos llevan años estafando estudiantes.
2. No garantizamos que sigas con vida después de intentar estas tácticas.
Si después de aplicar nuestras recomendaciones terminas peleando con un vendedor de menú porque intentaste pagarle con promesas o si tu pareja descubre que usaste el dinero de la cita para comprar suplemento para el gym en vez de comida, no vengas llorando. No somos servicio de atención al cliente, no tenemos garantía de reembolso y mucho menos te vamos a sacar del hospital si tu vida universitaria termina en una batalla campal.
3. No intentes demandarnos si terminas endeudado.
Hermano, ya estabas en la ruina antes de leer esto. Si seguiste estos consejos y ahora debes más plata de la que tenías al inicio, el problema no fue el manual, el problema es que administras tu economía con la misma eficiencia con la que un latino administra su tiempo cuando dice “ya voy en camino”. Si de verdad piensas demandar, primero revisa tu cuenta bancaria, recuerda que tienes 0.37 centavos y luego piensa si realmente quieres que la gente se entere de que no puedes ni pagar un abogado.
4. No garantizamos que consigas un título universitario.
Si después de seguir este manual terminas más alejado de graduarte que un otaku de la ducha, eso es un tema tuyo. Aquí no prometemos diplomas, solo prometemos que por lo menos te vas a reír mientras intentas no morir de inanición en el proceso. Si de verdad querías un título, tal vez deberías haber invertido en educación en lugar de en skins de Valorant y recargas de OnlyFans.
5. No nos hacemos responsables si terminaste peor que antes.
Si después de todo esto sigues en la miseria, sin novia, sin dinero y sin dignidad, déjame decirte que así ya estabas antes de leer esto, solo que ahora tienes una mejor narrativa para reírte de tu desgracia. Así que sigue adelante, aplica lo aprendido y recuerda que en este mundo hay dos tipos de personas: los que aceptan la pobreza con resignación y los que intentan sobrevivir con el arte de la mentira. Tú decides en cuál de esos bandos estar, pero recuerda: quejarse es gratis, pero reírse de tu propia miseria es el verdadero truco de la vida universitaria.
Y así, querido lector en bancarrota, hemos llegado al final de este glorioso manual de supervivencia universitaria. Si llegaste hasta aquí, felicidades, eso significa que todavía tienes acceso a internet y no has tenido que vender tu celular a un chamo con acento sospechoso en una plaza oscura. Pero ahora viene la pregunta clave: ¿te ha servido de algo? (Seguro lo has notado, te enyuqué un párrafo muy parecido hace unos cuantos atrás… ¿Crees que me importa? No, porque si el dinero a ti te falta… a mi me puede faltar la creatividad).
La respuesta es un rotundo no. Sigues igual de pobre, igual de hambriento y con la misma incertidumbre sobre tu futuro que cuando empezaste a leer esto. Pero al menos ahora tienes herramientas para hacerle frente a la miseria con un poco más de estilo, un poco más de cinismo y, con suerte, un poco menos de vergüenza. Porque al final del día, la universidad no se trata de aprender, se trata de sobrevivir.
Así que sal ahí afuera, sigue fingiendo que tienes todo bajo control, sobrevive con los cinco soles que te quedan en el bolsillo y recuerda: si algún día logras graduarte, la vida seguirá siendo igual de miserable, solo que ahora tendrás un cartón que lo confirma oficialmente. Nos vemos en la cola del banco, tratando de sacar un préstamo que jamás podremos pagar.
Es hora de la despedida, pero solo por un rato. Mañana volveré con más historias, porque, siendo sincero, no tengo muchas cosas más que hacer, así que… ¿por qué no dedicarme de lleno a este proyecto? Nos leemos pronto, subnormal.
Cuídate mucho, te espero pronto con un nuevo post lleno de tonterías sin sentido que alegrarán tu día, chau chau.

No me molestes por el logo elaborado por IA, espero poder crear uno próximamente, pero si el cerebro no me funciona ni para cargar pesos adecuadamente, imagíname haciendo un logo.