Hoy presentamos: ¿Dónde estuviste toda mi vida, Apple Silicon? Te amo más que un político ama una excusa para deportar venezolanos.
POR FAVOR, no me funen. Es una broma más, producto de ver demasiados Reels en la app de la xenofobia (también conocida como Instagram). Es que, después de tanto contenido dudoso, mi cerebro ya no distingue entre la sátira y la realidad.
Pero bueno, saliéndonos del tema principal y manteniéndonos fieles a la más pura esencia de TheOffTopicHub, necesito compartir una observación que me atormenta: no puedo ver un peluche de capibara sin pensar en “Venekos”.
Seguro has escuchado mil veces los clichés sobre cómo estos individuos viven a base de arepas, llevan una mochila de delivery como si fuera un órgano vital y se comunican con un “mamahuevo” por cada tres palabras. Entonces, dime, ¿cómo esperas que no me ría cuando veo un peluchito de capibara con una mochila que es más grande que su propio cuerpo? ¿Cómo no pensar en los hijos extraviados de Nicolás Maduro cada vez que veo esa escena? Es como si la naturaleza misma se uniera a la sátira involuntaria.
Y es que el tema con los capibaras no termina aquí, no señor. Después de tanto Reels absorbido en la tóxica profundidad de Instagram, me topé con un subgénero de comedia que me hizo cuestionar seriamente la creatividad de ciertos padres: los nombres “expropiados”.
Hablamos de joyas como Yolaiver, Yoncleiverson, Yurisnai, Yonaiker, Yorgues, Yonson… Básicamente, si no empieza con “Y”, es un pecado capital que se paga con la deportación inmediata y sin escala.
Así que, un día cualquiera, mientras deambulaba con mi mejor amiga, decidí comprarle un capibarita con su mochilita (porque la vida sin decisiones cuestionables no vale la pena). Por supuesto, el bicho no podía quedarse sin nombre, así que lo bauticé con todo el respeto y la dignidad que merece un capibara: Yolaiver Yurisnai Yeferson III.
Mi Bestie estaba encantada con su regalo… hasta que me prohibió llamarlo así. ¿Perdón? ¿Yo soy el padre y no puedo llamarlo como se me antoje? No me jodas. Según ella, el capi “no era un veneko” y no veía ningún parecido. Pero el destino, querido lector, se encargó de demostrar que mi teoría era correcta.
Ya de noche, con más sueño que dignidad y camino a casa, nos pusimos a jugar como siempre. Entre el cansancio y mi insensibilidad natural, olvidé un detalle crucial: mi amiga es una “damita”. Claro, una damita que me insulta 24/7, me desea más ETS que las que Freddy Mercury (Freddy para los panas, Alfredo Mercurio para los incultos) acumuló en su juventud, pero damita al fin.
Entonces, por accidente, le metí un lapo nivel Mortal Kombat, de esos que te mandan directo al último círculo del infierno de Dante. Pero aquí viene el plot twist: en un acto de confusión y reflejos de ciudadano mitad americano, no le pegué a ella… le pegué al negro.
Damas y caballeros, el golpe le cayó directo a Yolaiver. Y como buen venekito, terminó tieso en el suelo, con un hueco tamaño bala en el cráneo. Se había rajado del impacto. Imaginen mi cara. No solo acababa de cometer capibaricidio, sino que también había confirmado, con evidencia empírica, lo que ya sospechaba: Los capibaras son venekos, los venekos son Yolaivers, y por ende, todo capibara que veas deberá llamarse Yolaiver. Ni mucho más, ni mucho menos.
Pero bueno, ya basta de esta diarrea verbal en un post que, supuestamente, era un homenaje a mi amor enfermizo por los chips Apple Silicon. Primero, contexto: como buen niño fresa con inclinaciones imperialistas, mi adolescencia estuvo marcada por el uso de una mítica cafetera, conocida en círculos más sofisticados como MacBook Air.
Claro, para el pueblo de los come camote incaicos, aquello era la joya de la corona, porque en este glorioso tercer mundo, hasta una tostadora con Wi-Fi y un sticker de la manzanita es considerada tecnología alienígena. Imagínate lo que era tener una Mac: me veían como si Steve Jobs hubiera resucitado solo para hacerme su heredero.
Pero volviendo al tema: durante esos años de juventud y malas decisiones, donde lo único que me preocupaba era cómo hacer que mi frase de graduación sonara épica (“Los tramposos nunca ganan, pero yo me gradué”), la Mac me acompañó en incontables momentos de vicio. Desde eternas sesiones en FaceTime hasta mi primer coqueteo con Python, donde mi pobre cafetera se sobrecalentó más que un venezolano en la frontera de Texas y decidió que era el momento de quitarse la vida en vivo y en directo.
Eso sí, hay que darle crédito a la reliquia: tenía una batería que duraba más que el matrimonio de tus padres (lo cual no es mucho decir, pero igual), hacía cero ruido (excepto cuando le pedías algo exigente y de repente sonaba como motor de avioneta colombiana en los 80s), y su portabilidad era perfecta para huir de responsabilidades.
Ahora bien, todo en la vida tiene un límite, y el mío llegó cuando mi PS4 empezó a actuar como fábrica textil de Bangladesh cada vez que abría un juego de monitos chinos.
Era el momento de evolucionar. Quería jugar en PC. NECESITABA jugar en PC.
Pero claro… estaba atrapado con una maldita Mac.
Cualquier intento de correr algo con demanda gráfica la hacía actuar peor que un migrante cruzando el Darién con chanclas y esperanza. Literalmente, la pobre máquina se bloqueaba más que mis emociones en terapia y se desmayaba al primer intento de abrir un juego con más de tres polígonos.
¿Se imaginan mi frustración? No tenía forma alguna de viciar con mi amado The Binding of Isaac: Rebirth.
Un niño mimado sin videojuegos.
Un alma perdida en el abismo del capitalismo fallido.
Un refugiado tecnológico en tierra de pobres.
Pobre de mí.
Curiosa fue la sorpresa cuando en China a algún genio se le ocurrió que una sopita de murciélago prepuberto era una gran idea culinaria, y de repente el mundo entero estaba participando en un Battle Royale con un virus que más que tener corona parecía portar la guadaña de la muerte.
¡Cuarentena para todos!
Claro, si me pusiera a contar en detalle lo que fue ese hermoso encierro colectivo, este post se convertiría en un buffet de chistes sobre este querido país tercermundista en el que nos tocó nacer (idea para un futuro OffTopic, eh).
Pero volviendo al tema, por Dios.
El apocalipsis viral coincidió con el inicio de mi vida universitaria, una combinación tan disfuncional como los matrimonios que duran “por los hijos”. Ahí fue cuando me puse a evaluar mis opciones para una nueva portátil. Gracias a la benevolencia de los espíritus andinos de mi padre, sabía que tenía la bendición de elegir un equipo que sobreviviera a los años, tuviera la potencia suficiente para aguantar el peso de mi trayecto profesional y, lo más importante (aunque mi viejo ni lo sospechara), que soportara sin chistar una biblioteca de juegos pirateados más extensa que la deuda externa del país.
Sí señor, era hora de evolucionar. Mi Cheems tenía que ponerse mamadísimo para correr mi jueguito tonto de píxeles, ese que hasta una PC del gobierno podía arrancar sin problemas…
Pero una Mac.
Ah, una Mac se meaba con él.
Ahí me tienes, aún la recuerdo como si fuera ayer (evidentemente no es como si ayer me hubiera tomado el tiempo de googlear el modelo y especificaciones para no quedar en ridículo como profesor de matemáticas diciendo que prácticamente es ingeniero), una Lenovo Legion Y540 con una RTX 2070 y un i7 de 10ma generación…
Increíble máquina sobre el papel, y en la práctica se encargaba de violar todo juego que le pusiera por delante sin pedir permiso ni consentimiento.
Seguramente tú dirás: “Bah, puede que sea potente, pero con un Cyberpunk 2077 muere…”
Y yo te diré: papito, te estoy diciendo que apenas me da para descargar juegos piratas, ¿y esperas que le meta un Cyberpunk? ¡Se serio!
A pesar de que ahí me veías como niño rata, dándolo todo en mis jueguitos y aplicando la clásica de “ya en un rato hago la tarea” (spoiler: nunca pasaba), había ciertas cosas que no terminaban de convencerme.
Primero, el armatoste de rinoceronte con esteroides que tenía como chasis esa laptop. Pasar de mi esbelta y delicada MacBook Air de 13 pulgadas a esa mole era como cambiar a tu novia vegana por una luchadora de sumo. Y lo peor es que se creaba un escenario tan cómico que confirmaba algo que las féminas han dicho por siglos: dos pulgadas hacen una gran diferencia.
¿Ves? Dos pulgadas son poderosas. No te quejes, cabrón.
Pero bueno, dejando mis traumas de infancia de lado, había otro detalle que me generaba conflicto: el peso. Levantar esa bestia era un deporte olímpico donde ibas a perder por dopaje. A cada rato sentía que me iba a luxar la muñeca como si estuviera en plena pubertad con internet ilimitado.
Y luego estaba el puto trackpad.
Hermano, esa cosa era más lagueada y menos responsiva que servicio al cliente en un banco estatal. Cada vez que intentaba mover el cursor sentía que estaba jugando con delay en un servidor ruso mientras rezaba para que algún hacker checheno no me robara la identidad. Después de haber probado un trackpad de Mac, usar eso era como pasar de un Tesla a un triciclo oxidado de feria.
Mucho parloteo, pero a pesar de haberme brindado mucha diversión y alegría, además de enseñarme cómo manejar un sistema operativo distinto al que me había acostumbrado, los últimos dos años con esa bestia se convirtieron en un martirio. Un armatoste lleno de virus (sí, mi culpa, no debía haber entrado tanto a la página naranja), pesado y poco práctico de movilizar. El término “portátil” le quedaba tan grande como un condón XL a un niño de 6 años. Vaya ironía, ¿no?
Como has de saber, a partir de 2022 todo volvió a la “normalidad”, como si el mundo no estuviera en proceso de autodestrucción, y salir de casa era de nuevo una opción. Pero esa maldita laptop parecía mi cadena de prisionero, no me dejaba hacer mis cosas con la libertad que realmente deseaba. Aunque claro, considerando el tono de mi piel, libertad no es algo que se me otorgue fácilmente.
Así que, con el último año de mi vida universitaria a la vuelta de la esquina, el trabajo acechándome como un zombie y la tesis respirándome en la nuca (gracias por nada, guía de investigación), sabía que tenía que tomar una decisión. Comprar una nueva portátil que se pudiera adaptar a este nuevo yo. Aunque, seamos sinceros, lo único que seguía amando era mi jueguito todo pixelado, que ni con una PC de la NASA podría tener un render decente una vez que llegas a etapas avanzadas.
Y se dio el gran milagro… O bueno, yo lo fabriqué, porque si esperaba uno real, seguiría sentado esperando a que el gobierno deje de robar. El pobre armatoste tenía la SSD más llena que el albergue de un país vecino en plena crisis migratoria, y actuaba peor que un iPhone de 8GB en pleno 2025. Así que, con la astucia de un político cuando le toca justificar un presupuesto inflado, decidí mostrarle a mi viejo lo poco práctico que resultaba esa bestia infernal a la hora de entrar al mundo profesional.
Podrás imaginar que convencerlo no fue fácil, pero después de suficientes argumentos (y esconder las páginas de dudosa procedencia que explicaban por qué mi laptop tenía más virus que un festival antivacunas), logré mi cometido. Ahí me tienes, de vuelta en una situación que ya conocía: revisando cada portátil del mercado, buscando la elegida. Hasta que algo hizo click en mi cabeza (y no, no fue mi cordura porque sigo siendo más esquizo que los hilos conspiranoicos de Twitter): ¡LAS MAC!
Las nuevas venían con los flamantes chips M de Apple Silicon, esas cositas que prometían batería infinita, temperaturas bajo control, potencia para todo menos para juegos, y hasta un Neural Engine, lo cual sonaba lo suficientemente cool como para justificar el gasto. Y lo mejor: podía aprovechar mi ingreso al último año de universidad como excusa para evitar que mi viejo aplicara el clásico “con esto es suficiente” y en su lugar pedir un modelo Pro. Todo estaba saliendo perfecto… Lo cual era sospechoso, porque con mi suerte, algo tenía que salir mal, ¿no?
Nada salió mal. Ahí me tienes, un mocoso de 21 años con más ilusiones que fondos en la cuenta, estrenando una MacBook Pro M4 Pro de 14 pulgadas, con un SSD de 2TB, 24GB de RAM y sin Nano Texture en la pantalla, porque ni que fuera influencer de TikTok vendiendo cursos de cómo hacerte millonario en dropshipping. Aunque, siendo honestos, tampoco me alcanzaba para pagar ese extra, que no soy narco ni CEO de startup fallida. Pero bueno, era un salto generacional digno de un documental de National Geographic: de un mamut prehistórico que jadeaba con cada clic a esta obra maestra de la ingeniería que no sudaba ni con 50 pestañas abiertas de “Investigación Académica” (y otras cosas que mejor no menciono).
Cuando la configuré, el diablillo de mi cabeza (sí, ese que me hace tomar decisiones cuestionables) me susurró al oído: “Prende la cafetera de la MacBook Air antigua y compárala”. Y como buen esclavo de mis impulsos, eso hice. La escena fue digna de una tragedia griega. Mientras la nueva Mac encendía en un abrir y cerrar de ojos, la pobre Air tardó tanto en reaccionar que casi me da tiempo de replantearme mi vida (spoiler: no lo hice). Sus ventiladores rugían como fumador crónico en invierno, y la pantalla parpadeaba como si supiera que la iban a jubilar. Pero hey, sobrevivió… por ahora.
Pero mira qué bonito, un mes después y aquí estoy, más feliz que político con sueldo vitalicio, disfrutando de mi Mac como si fuera mi primer amor (aunque, siendo sinceros, esta máquina ha demostrado ser más confiable que todas mis ex juntas). Y sí, me volví el cliché definitivo: usuario de Mac que cree que es más creativo solo por cambiar de plataforma. Pero en mi caso, la palabra “creativo” hay que cambiarla por “desquiciado con sueños de grandeza que piensa que su página web va a revolucionar el internet”.
Y es que esta belleza ha sido el medio por el cual TheOffTopicHub se mantiene vivo, porque ¿qué mejor manera de justificar una compra absurda que diciendo que es para “mi trabajo”? Aunque mi verdadero trabajo sigue siendo procrastinar mientras finjo ser productivo. Pero hey, la Mac me deja hacerlo con estilo. Imagínate el nivel de potencia: tengo 50 pestañas de Safari abiertas (al menos la mitad son de contenido “culturalmente enriquecedor”), WordPress, BlueShot, Disney+ con Clone Wars subtitulado, y a ChatGPT sufriendo en segundo plano porque le hago corregir mis barbaridades ortográficas. ¿Y los ventiladores? Mudos, más callados que testigo protegido en juicio de narco.
No voy a mentir, esta cosa ha cambiado mi vida. Ahora soy oficialmente parte de esa secta que dice “es que Mac simplemente funciona”, aunque también podría decir lo mismo de los fraudes piramidales, y míralos ahora, siguen estafando con éxito. Pero fuera de bromas, es una gozada trabajar con algo que no te hace sentir que estás lidiando con un procesador de papas en lugar de una computadora. Ahora todo en TheOffTopicHub fluye, mis ideas salen como si tuviera a un duende escribiéndolas por mí (lastimosamente, el duende no me paga las cuentas), y lo mejor: puedo hacer todo esto sin escuchar cómo mi laptop anterior agonizaba en el intento.
Y si has llegado hasta aquí, te felicito, porque eso significa que todavía no me has mandado al carajo ni has cancelado esta abominación de blog. Así que POR FAVOR, NO ME ABANDONES, AYÚDAME A QUE ESTO SIGA ADELANTE… ME DA AMSIEDA.
Cuídate mucho, te espero pronto con un nuevo post lleno de tonterías sin sentido que alegrarán tu día, chau chau.

No me molestes por el logo elaborado por IA, espero poder crear uno próximamente, pero si el cerebro no me funciona ni para cargar pesos adecuadamente, imagíname haciendo un logo.